Desfile de modas

Desfile de modas
Quinto año. 1957

domingo, 17 de febrero de 2008

El regreso de Sofia

El Regreso de Sofia

Mi regreso

Llegué al Colegio San José una mañana de marzo. Hacía tres días que las clases habían comenzado. Hablé con Madre Virginia. Venía de una escuela del estado, con un ambiente que no me gustaba. Sólo una era amiga de esas que valen mucho. Aún hoy lo sigue siendo, pese a vivir en Verona .
Los intentos de ingresar al Normal seis fueron vanos. Recordé mi vieja escuela y allí fui. Las encontré a ustedes. Ya eran un grupo armado, yo una ilustre agregada. En pocos momentos me hicieron olvidar mi carácter de extraña, fui una más del conjunto. Allí me familiaricé con todas. Como es natural algunas más, otras menos, pero de nadie puedo decir que recibí un trato indiferente.
Allí comenzó mi aventura junto a este grupo tan distinto al anterior. Era menor que el de la otra escuela. Más familiar. Por otra parte en un ambiente distinto dejé de sentir por lo menos entre mis nuevas compañeras la condición de alumna sufrida por los múltiples problemas que sobrevienen a la pérdida del padre cuando se es menor y además se tiene un hermano más pequeño por quien velar, ya que todos querían corregirnos. Hoy sé que la vida es así, o lo eran algunas personas. Tal vez querían ver en nosotros una conducta de duques que no éramos. Tal vez sea ese el motivo por el cual el rigor que me comentaron, no lo pude sentir. Allí nadie me separaba por la situación que se vivía en casa. Pues entonces a estudiar para satisfacer a mamá, a mí misma y a vivir como una jovencita normal, si ser tan cola inquieta se podía llamar normal en esos años con tan pocas libertades para los chicos y jóvenes.
Llegaron las profesoras, las fui conociendo¿ Recuerdos?. Muchísimos. La desilusión de la hermana que nos mostró un experimento de química y todas dijimos ¡que hermoso para un vestido!.Perla encargando una misa para su abuelita en clase de historia por lo que siendo la siguiente en la lista debía dar esa materia todas las clases. Chunchi opinaba: “ La abuelita de Perla estará sentada del brazo de Dios Padre gracias a los sacrificios de María rindiendo historia todas las clases”. El día que a Irene se le cayo un diente, tal vez a ella no le hubiera gustado recordarlo, pero ¡cuánto nos reímos con ese episodio!. Llegaron las prácticas. Todas tuvieron sus claros y oscuros. Las travesuras nuestras se sumaban, las clases de Petrona, el desfile de modelos. La entrega de medallas para mí doce días después que el resto por estar enferma. Fue de bronca por un 7 en una práctica. Según el médico era por la nota. Evidente. Pero no puedo dejar de agradecer el gesto de la entrega en el patio delante de toda la escuela. En los últimos días canté “Addio bell giorni passaatti...”. Teresa diciéndome compañerita de la voz dulce. Llegando al final la mentira de cantar que terminábamos sonrientes. Nunca lloré tanto como ese día. Guardo el recuerdo de la hermana Fabiana pidiéndome que regrese cuantas veces quiera y mi respuesta: “ Volveré, pero ya no será lo mismo”. Volví con mis cachorros y de verdad no era igual. Ya era la dueña de mil preocupaciones que antes no tenía. Pero ese patio, ese San José que atajaba nuestras pelotas mal tiradas, estaban allí evocando días de juventud hermosos porque nos acompañábamos todas y sabíamos divertirnos mucho. El día que mi hija fue ex- alumna la hermana Yoli ( Gonza para nosotras) cuando invitó a las niñas que despedía a regresar, me saludó con un abrazo y me dijo:
“ Vos también sos ex-alumna, también te espero. Sigo concurriendo todas las veces que puedo a la capilla del colegio, hoy parroquia Santa Clara, en esas paredes quedaron los viernes de confesión, los pedidos a San José, la promesa de: “ Enseñar al que no sabe, en especial a mis alumnos...”las azucenas a la Virgen, la torta blanca con una velita para cada una de nosotras, el patio donde estaban las señoras que cumplían sus bodas de plata o de oro,
¡ Qué viejas, por Dios!. Me parecía todo tan lejano. Pero pasaron las bodas de plata nuestras, y llegaron las de oro. Comentábamos con Azu que tal vez iríamos nosotras dos solas. La búsqueda fue intrincada, molesté a otras personas. Antonio me consiguió el correo de Guille, los teléfonos de Teresa, Luqui y Beba. Azu se ocupó de algunos llamados, yo de otros. Acudimos las que tenemos el calor de nuestros años jóvenes dentro del alma. ¿Quien sabe quienes ya no están?. Las que pudiendo no se llegaron perdieron estas dos reuniones hasta ahora tan maravillosas. En la misa de acción de gracias por estos años fructíferos ya que crecimos en mil sentidos me sentí como transportada, ahora más distendida, todavía siento que vernos tiene una magia especial. Dios quiera que por muchos años lo repitamos. Vernos es volver a la vida. A la juventud. No dejo de agradecer a Dios que nos permitió esta felicidad.

María

viernes, 15 de febrero de 2008

De Beba para Azucena...


Claro que voy a contestarte. Por eso le pedi a Fer que te pidiera los e-mailde Uds. Ahora que nos reencontramos, me gustaria seguir viendolas. La etapa del Colegio para mi es imborrable. Marco muchas otras que fueron muy importantes despues, a la distancia. Aparte, siempre las tuve muy presentes, tanto a Uds. como a las hermanas que fueron profesoras y compañeras de estudio. Y que decirte de las profesoras laicas, como la de gimnasia que rezaba dando vueltas con su cabeza como un ventilador. Recuerdo la letra para ciegos de Combi, los dibujos de los modelos de Hebe, tus relatos sobre los frios del sur y su comparacion con los de Bs.As., los dibujos sombreados de las hermanas Montanari, el acento de Alterach al darsu leccion de frances, a Demaestri, la super prolijidad de Guille y asi...un monton de cosas mas. Que no decir de las anecdotas de la hna. Sacre Couer la Madre Virginia, las hnas Encarnacion, Bibiana y Gonzaga con su lento ygris (por lo menos para mi) latin. El padre Hector con sus charlas. Los claveles y los malvones que cada primavera vestian los canteros del 1er.piso, etc. etc. Volverlas a ver fue muy lindo y me alegro el verlas bien, acompañadas todas de su familia y con los sueños cumpliendose cada dia. Bueno... como tendras que ir a comer, no te entretengo mas pero, antes de enviarte un beso grandote te pido que, ademas de enviarme e-mail, cualquier decision sobre volver a reunirse, de no estar yo en casa, la dejes grabada en el telefono 4813-9253 o si tampoco estoy en la oficina, llames a Fernanda al 15-3591-0014 y le pases el mensaje que, ella, de una u otra manera me localiza. Gracias por ser como sos. Cuidate. BEBA.

lunes, 11 de febrero de 2008

Cincuenta años más tarde

Era una tarde fría en el apartado pueblo de Canadá donde me encontraba visitando a mi hijo mayor y su familia. Estaba circunstancialmente sola y extrañaba un poco mi casa. Llamé entonces por teléfono a Buenos Aires y aunque sabía que no habría nadie en ella, pensé que alguien podría haber dejado un mensaje.

Lo había y la sorpresa que me produjo fue enorme. Dudando, una voz de mujer preguntaba si yo era yo, su vieja compañera de la escuela secundaria y decía que que ojalá lo fuera porque estaba rastreandonos a todas para ver si nos reuníamos a festejar nuestros cincuenta años de egresadas.

Llamé volando al número que me había dejado, ya varios días atrás, por suerte antes que la empresa telefónica borrara los mensajes. Yo también quería reunirme con el pasado y ahí nomás supe que justo a los dos días de mi regreso tendría lugar la Misa de la Exalumna y muestro reencuentro.

Finalmente el 19 de noviembre de 2007 siete de aquellas egresadas nos encontramos y conmovidas nos abrazamos como si todos esos años no hubieran transcurrido.El afecto entre nosotras estaba tan fresco como en nuestra lejana adolescencia.

Aquel día nos costó mucho separarnos y acordamos nuevos encuentros. Después de haber narrado nuestras vidas, los recuerdos tristes, dulces, divertidos, o angustiantes surgieron tan incontrolables que apareció la idea de escribirlos y volcarlos en un blog.

Fue tan distinta nuestra vida a la de las chicas de hoy y son tan grandes las diferencias con la adolescencia actual que queremos dejar algún registro de hechos que, tan sólo dos generaciones atrás, soportábamos en resignado silencio.

Escribir sobre las cosas reales que nos pasaron es una forma de acabar con ese silencio, cómplice por parte nuestra durante todos estos años y de exorcizar, al fin, los demonios que ayer nos aterrorizaron, de recordar aquellos momentos en que fuimos tan felices que reíamos como nunca volvimos a reir, o de evocar sucesos en que aprendimos a ser solidarias y a ayudarnos mutuamente.

Ojalá que esto nos permita, finalmente, tener más paz, aceptando el pasado tal como fue, perdonando a quienes nos hicieron sufrir y siendo perdonadas por aquellos a quienes nosotras ofendimos.

Teresa

sábado, 9 de febrero de 2008

El Internado

El Internado


Las 5,30hrs. de la mañana es una hora en la que pocas personas desean levantarse. Menos aún, si esas personas son adolescentes, etapa de la vida en que el sueño es tan profundo y necesario. Cuando me acuerdo de esa época de mi vida, en que todo se graba de forma indeleble en el cerebro, lo primero que me viene a la memoria es…la voz de la monja de turno como Directora del Pensionada Religioso en el que me encontraba pupila, diciendo, en un tono lo suficientemente fuerte como para despertarnos, una frase u oración en latín, con la cual debíamos salir lo más rápido de la cama, a esa hora de la “ madrugada “, para asistir a misa. En invierno el frío era todo lo terrible que uno se pueda imaginar en un edificio de hace cien años, con inmensos salones como dormitorios, que jamás habían sido calefaccionados. Todas teníamos “ sabañones “ ¡ qué palabrita! No? ¿ Alguien menor de cuarenta , cincuenta años la conoce?? Por las dudas lo explico : quemaduras de piel provocadas por el frío, especialmente en manos y pies, que dolían y picaban terriblemente y contra las cuales no había más remedio que rascarse.
Sigo con la rutina de la mañana… Había que vestirse e ir al baño en tiempo record y en perfecto silencio para no ser amonestada y castigada de alguna manera. Las monjas siempre encontraban una. Después bajar todas las escaleras e ir hasta la Capilla , para , de rodillas , la mayor parte del tiempo y siempre, bajo la mirada vigilante de las monjas, que también asistían, seguir la misa.Por supuesto que sin desayunar, ya que el ayuno era obligatorio para poder comulgar,cosa que había que hacer para no despertar sospechas de ser una pecadora que no podía recibir la comunión.
Después de la misa , siempre en perfecto silencio, que era la consigna principal de la vida del internado, al comedor a tomar el desayuno, que consistía en una mezcla pardusca a la que llamabamos “ jugo de medias “ supuestamente café con leche y un pedazo de pan.Luego, a clase, hasta el mediodía.La afortunada que disponía de alguna moneda, podía comprarse un sándwich a mitad de mañana, la que no…¡ qué hambre ! Mi querida compañera Guillermina, externa, que tenía una madre compasiva, me traía unos sándwich de pebete y fiambrin, que no fueron superados en sabor, por NADA, que haya comido el resto de mi vida.
Quieroaclarar, que éste era un internado pago y según mis padres, bastante caro. El nivel social de las internas era una clase media de aquella época : hijas de profesionales, comerciantes, etc, que veníamos a estudiar de las provincias donde no había Colegios Secundarios , o chicas de la Capital Federal con problemas familiares. Quiero decir con ésto, que la mayoría estábamos acostumbradas a vivir con otras comodidades y hábitos de vida.
Pero las monjas mantenían una disciplina y sumisión militar. No toleraban ningún tipo de trasgresión a las más mínimas faltas sin su correspondiente castigo y cuando la alumna sobrepasaba lo que ellas consideraban “ tolerable “ , eran expulsadas. A veces, a mitad de año escolar.
Muchas no soportaban estas exigencias, asi que en los años superiores, 4to. y 5to. siempre quedaban pocas. Yo quedé sola, a prueba los dos años, porque no contestaba cuando me retaban , e hice todo lo que pude por “ portarme bien “ porque no quería perder al grupo de mis compañeras de curso si me echaban.
Entre los castigos: estar de rodillas, rezar el rosario, etc. el peor era que nos quitaran la salida del domingo .Era algo terrible!!. El primer año , 1952, salíamos UNA VEZ AL MES , después, gradualmente , empezamos a salir todos los domingos de 10 a 18 hrs, y mejor que llegáramos de vuelta a la hora en punto, porque el castigo ¿ cual era ? No salir el próximo domingo. Ahí se aprendía a ser puntual !! Todo este rigor aplicado a adolescentes entre 11 y 17 años, mas o menos. Algo completamente inconcebible en la actualidad y desde hace muchos años, en los que, las normas de educación y los conceptos de disciplina han dado un giro total. Quizá por eso, también los Internados Religiosos no existen más y las vocaciones religiosas parece que han disminuido notablemente.
Aquella dura disciplina , posiblemente , era la única forma de mantener a tantas adolescentes, de distintos orígenes y educación, haciendo una vida ordenada, dedicada al estudio y la práctica religiosa., que también era una imposición ajena a nuestras creencias o sentimientos.
Una señorita, no se sienta con las piernas cruzadas ¡ la próxima vez que la vea será castigada! ….Las mangas arremangadas las usan las lavanderas ! Ud. señorita, es una estudiante…Frases célebres de nuestra Madre Superiora a la cual yo tenía un miedo atroz.
En el Colegio también cursaban alumnas externas, o sea que sólo venían a clase y volvían a sus hogares. Nosotras, las internas, nos sentíamos como de un nivel inferior a ellas. Y el colmo de la amargura era cuando sabíamos que a algunas las esperaba algún noviecito a la salida ¡ qué envidia ! Nosotras salíamos de clase, nos poníamos unos guardapolvos color beis, íbamos a comer, sin dejar nada en el plato, porque había que pensar en cuántos chicos del mundo no tenían nada para comer, y no importaba si el menú del día era de nuestro agrado o no..Siempre había una monja vigilante que hacía cumplir las normas. Por supuesto, todo el tiempo dedicado a la alimentación, se debía observar absoluto silencio, y si eso era un sacrificio muy grande,( imagínense si lo sería), para chicas adolescentes, mejor !!, debíamos elevarlo al Señor que lo recibiría para perdonar nuestros pecados.
El orden en todos los lugares del Internado, era otro de los temas conflictivos, pero resuelto por ellas sin muchas dificultades.
Guardábamos nuestra ropa de vestir y la de cama y toallas, en unos cubículos que había en unos enormes roperos. Cada uno tenía el número de su dueña , como todas sus pertenecias. La monja encargada de esta parte de nuestra vida cotidiana, decía, que cuando ella abría ese ropero, ninguna prenda debía sobresalir ni un cm de las demás, ella debía ver una sóla línea. De lo contrario, teníamos la sorpresa de llegar y encontrar todas nuestras cosas en el piso y debíamos volver a doblarlas y acomodarlas de nuevo, hasta que quedaran en línea con las demás .Ay ! la de veces que lo habré tenido que hacer ! Lo mismo al hacer las camas. Debían quedar alineadas perfectamente, “ no como lomos de camello”, lo cual era un trabajo tremendo, ya que aquéllos colchones eran de lana y no tenían la rigidez y forma de los de ahora. Debo decir, que, si bien nunca lo olvidé, a mí, este tipo de entrenamiento no me sirvió de mucho.Jamás fui capaz de mantener roperos y hacer la cama con tanta perfección.
Si algún hombre de los que hicieron el Servicio Militar en aquella época , leyera esto, creo que encontraría varias similitudes.Muchas de las que estuvimos pupilas, pensamos que también hicimos un Servicio Militar, en mi caso de cinco años.
El tema da para infinitas reflexiones absolutamente personales, y condicionadas por el temperamento y las experiencias personales que luego le tocó vivir a cada una.
De una cosa estoy segura, después de haber criado tres hijos: todo lo relatado es tan incomprensible para los jóvenes actuales, como lo es para la mayoría de nosotros la infomática y demás tecnología moderna.
¿Cómo esas mujeres, las monjas, que venían de hogares normales, en la mayoría de los casos, podían transformarse en seres tan duros y estrictos, cuando a la vez , practicaban una religión que predica el Amor y la Compasión, por sobre todas las cosas ?? sin embargo, salvo algunas excepciones, que las había, no era común ver en ellas gestos de afecto. Y , había algunas chicas internas , que los necesitaban, porque arrastraban graves problemas familiares o simplemente el desarraigo que implicaba estar tan lejos de sus hogares. Nos hacían levantar en ese horario aunque estuviéramos con una enfermedad eruptiva, con fiebre, etc, .Hubo, como dije, quienes no lo soportaban o quienes se revelaban, pero la obediencia era lo esperado y quien no la practicara, estaba en problemas.
¿ Qué tipo de preparación les daban en los Noviciados, cómo manipulaban sus mentes para que llegaran a pensar que con esas exigencias iban a lograr formar personas excelentes en todos los órdenes?
Me he relacionado y tenido amistad con muchas personas que se educaron en Colegios Religiosos de las décadas del cuarenta, cincuenta, y he visto todo tipo de conductas. No soy de las que creen que aquella modalidad educativa “ marcaba a fuego” a quien la recibía.
En mi caso, después de tanta práctica religiosa, impuesta por el miedo a los castigos en este mundo y en el otro, jamás fui católica practicante y la conducta , moral y buenas costumbres, que guiaron mi vida, las aprendí fundamentalmente de la educación recibida en mi hogar , combinadas con las características de mi temperamento.Si fueron buenas o malas…éso nunca lo sabré, pero sí sé que quizá lo único que aprendí en el Colegio, fue a tener fuerza de voluntad para afrontar las dificultades de la vida, y soportar el frío y el calor, y muchas otras incomodidades , con fortaleza , buscando la fuerza interior sola, sin tanta necesidad de apoyo exterior.
Y lo más increíble de todo es que …en el fondo de mi alma, no me quedó mal recuerdo, ni rencor, ni siquiera autocompasión por haber vivido esa experiencia en mi adolescencia.
Cuando terminé mi carrera de Magisterio, creo que con buena formación, me fui a vivir a mi casa en la Patagonia, tan lejana ahora y muchísimo más entonces. Y la nostalgia por los años vividos en el Colegio y las compañeras y amigas , creo que aún me duran.
Misterios indescifrables de la mente humana!

Azu

sábado, 2 de febrero de 2008

El Retiro

Todo fue culpa de Perón y Evita y la UES y el antiperonismo de mis padres… fue por eso que yo aterricé en medio del año y en sexto grado en un colegio de monjas, sitio donde mi madre había jurado que yo no debía ir nunca porque era muy sensible.

Y sin embargo fui. Apenas terminado el largo período de duelo por la muerte de Evita ahí estaba yo, con mis once años –demasiado alta para mi edad-, pollera azul tableada debajo de la cual se veían dos piernas flaquitas y unos pies tan grandes que me avergonzaban. Ahí estaba. La nueva. Tímida y callada, tratando de entender códigos inexistentes en el colegio inglés del cual provenía: letra gótica y redondilla para los encabezados, tejido, plegarias, bordado realce y otras artes para mí totalmente desconocidas.


El hecho aparentemente trivial que lo ocasionó todo – y que cambió mi vida para siempre, obedeció a la política de aquellos años. El incidente tuvo lugar mientras se realizaba un fúnebre homenaje a Evita, altar cívico con flores y velas incluido, erigido en el hall central de la escuela inglesa. Allí, precisamente allí, en medio de tantas personas falsamente entristecidas, yo no tuve mejor idea que hablar con una compañera y lo que era aun mucho peor, reírme. Apenas terminado el acto, la directora me mandó llamar y enojadísima, tras una larga perorata, me amenazó con la expulsión y la imposibilidad, debida a mi irreverencia, de continuar los estudios en cualquier otro establecimiento.

Cuando volví a casa y, muerta de miedo, se lo conté a mi padre, éste montó en santa cólera irlandesa y me sacó inmediatamente de esa escuela. Hizo algunas averiguaciones y me llevó a un cercano colegio de monjas. Allí, tras revisar mis cuadernos, la Madre Directora (a quien más tarde, ya en la secundaria, llamaríamos Felice Morte) se dignó aceptarme no sin antes señalar lo atrasada que estaba y los denodados esfuerzos que debería realizar para ponerme a tono con el resto de las alumnas.

Fueron días difíciles en esa nueva escuela donde había aparecido, sin anuncio previo, con una valijita azul llena de libros donde aun se leía “Windsor College”. No conocía a nadie y me sentía observada por todas. Por colmo hablaban todo el tiempo de algo desconocido para mí, del próximo retiro –“No se olviden de prepararse para el retiro”- decía por ejemplo la maestra, la Hermana María Inés, y las chicas asentían. Yo no me animaba a preguntar nada, por dos razones. Primero, porque no hablaba con nadie y segundo, porque no quería hacer notar mi ignorancia.

Preocupada, se lo comenté a mi madre que me contestó tranquilizadora: -“No te preocupes. Seguro que eso es para las monjas, no es para vos”-.

Pero mi madre se equivocaba. Era para mí (y las demás alumnas, por supuesto). La diferencia era que las demás sabían de qué se trataba. Y yo no.

Una semana más tarde de mi llegada al colegio, empezó el retiro.

Tempranito, ese lunes helado de agosto, nos hicieron formar, de a una en fondo, una larga fila que incluía a las alumnas de sexto grado y todas las del secundario y nos llevaron a la capilla. Marchábamos en absoluto silencio. Antes se nos había informado de que, a partir de ese momento, regiría la total prohibición de hablar. Habría, además, que mirar al suelo, en actitud de piedad y recogimiento. ¡Mirar al suelo! ¡No! – pensé- eso me condenaría desdichadamente, a mirarme los pies y contemplar esos horribles zapatos de uniforme que odiaba con toda mi alma, unos botines negros y enormes con unas malditas chapitas, -destinadas a evitar el gasto en media-suelas- imagino- y que hacían un ruido tremendo al caminar.

Cuando entramos a la capilla fría y prácticamente a oscuras, observé que en el altar habían puesto una mesa cubierta con un mantel de felpilla roja. Tras ella, se sentaba un cura de anteojos, flaquito y nervioso que resultó ser español y director de los Ejercicios Espirituales, nombre oficial del retiro. Bueno, que el curita, de entrada nomás, nos espetó el tema de ese año. En 1952 meditaríamos sobre la muerte.

Y ahí empezó a hablar y ya no se calló más. Habló horas, durante los tres lúgubres días que habría de durar el retiro, haciendo apenas breves intervalos para recobrar el uso de sus cuerdas vocales, supongo. Hablaba y gesticulaba y daba manotazos sobre la felpilla roja, para apoyar sus argumentos.

-“Preocupaos”- decía porque hablaba de vosotros, -“preocupaos por vuestra pobre alma y olvidad el cuerpo y sus torpes exigencias”.- Y, dando un potente golpe sobre la mesa, añadía.-“Debéis pensar siempre en el instante de la muerte que, a pesar de vuestra juventud, puede estar muy cercano. Volved los ojos al Cristo agonizante!”

Y en esa primera jornada, con intensidad creciente, el discurso llegó a su apoteosis: -“Esta vida terrena todo os lo quitará. Perderéis aun lo más querido. Morirán vuestro padre y vuestra madre…”

A esa altura yo ya sentía una angustia intolerable y se me escapaban las lágrimas. Algunas chicas me miraban de reojo y se codeaban con disimulo. Sabía lo que pensaban “¡Qué tarada la nueva!” pero no podía parar de llorar.
Lo único que quería era irme.

Finalmente, entre nubes, como en un sueño, atiné a levantarme del banco para ir al baño, un lugar maravilloso, donde estaría a salvo de miradas.

Caminé por el pasillo casi en puntas de pie (para no hacer ruido con las chapitas) y huí de la capilla.

Me quedé en el baño, tratando de volver a ser yo misma, de sacarme ese miedo inmenso a quedarme sola en el mundo, a los once años sin mi padre y sin mi madre…hasta que escuché unos pasos. Era la Hermana Consolación de quien sólo diré, basada en el trato que en todos los años siguientes ella nos dispensó, que jamás vi a nadie con un nombre tan mal puesto.

Pero, volviendo a aquel momento, aun recuerdo sus palabras:

-“Señorita: el largo de su falda no es el adecuado para una niña de su edad. ¡Arrodíllese!-

Lo hice. Sin entender el por qué, la obedecí de inmediato. Y ella añadió:

-¡Ve! Arrodillada, el ruedo de su falda no llega al piso y eso no es decoroso. Alargue su pollera para el lunes, sin falta”.

Y, sin decir más y seguida por un remolino de género negro y el entrechocar de de las cuentas de madera de su rosario se alejó y me dejó sola.

Volví a la capilla y aguanté como pude hasta que, por fin, salimos de la capilla y me encontré de nuevo en el patio central, rodeada de chicas calladas, uniforme azul severo y blancos cuellos almidonados, que miraban el suelo y se dirigían a sus filas llevando libros piadosos en las manos, única lectura autorizada en esos días.

Cuando la Madre Directora apareció para darnos las últimas recomendaciones, fue el único momento en que las alumnas pudimos decir algo, al contestar su saludo con un estentóreo ¡”Sin pecado concebida! Pero, eso fue todo, inmediatamente hubimos de volver al mutismo anterior.

En su despedida la Madre pidió que no olvidáramos las sabias palabras del sacerdote, que meditáramos mucho en ellas y que siguiéramos en nuestras casas con la misma actitud que en la escuela. También nos dijo que seríamos observadas, con mucha atención por las monjas y que luego del retiro se leerían listas con el nombre de las alumnas que se hubieran destacado por su piedad.

Recién después salimos a la calle, de la cual yo estaba como olvidada. Me apuré y doblé con rapidez la esquina, para escapar de la Hermana Portera que vigilaba el comportamiento de las alumnas fuera de la escuela.

Entonces sentí un enorme alivio y el deseo de volver corriendo a mi casa para abrazar a mi mamá y tomar el café con leche calentito con el que ella me esperaba todas las tardes.

Teresa