Desfile de modas

Desfile de modas
Quinto año. 1957

lunes, 12 de mayo de 2008

En aquellos tiempos

Hace cincuenta años cuando recién salíamos del colegio, llenas de utopías, alucinaciones de jóvenes, cuando creíamos tener el mundo en las manos, jamás hubiésemos imaginado los giros que dio la historia de nuestro país. Entre esos giros se fueron armando nuestras vidas. Al menos yo y tal vez mis compañeras de ruta desconocíamos las cosas que se gestaban en nuestro entorno. Tan de frente estaban que no pudimos darnos cuenta de cientos de acontecimientos de los que no nos enterábamos hasta escuchar Radio Colonia o tal vez por algún comentario por lo bajo de alguien que no falta en ningún círculo familiar que “ sabe todo”: pasado, presente y porvenir.

Nosotras vivíamos nuestro nuevo estudio, nuestras ilusiones, si comentábamos algo era:

“¿viste, fulanito? está re churro, lo vimos conversar con menganita, esa que es tan desabrida”. Excepto los romances pocas cosas tenían importancia para nuestra juventud. Tan sólo soñábamos con el príncipe azul y los principitos que vendrían hermosos, limpitos, sin problemas, serían un adorno más en nuestra corona de princesas dignas del príncipe alucinado. Pasaban los meses unas antes otras luego recibimos a ese príncipe que sin serenata tocó la puerta de nuestra casa y nuestra vida entera. La realidad llegaba, la felicidad ya era nuestra. A pensar pues, en el hogar que formaríamos con él. Con ese adonis solamente nuestro. Para él imaginamos ser la más maravillosa novia, debíamos vestir y ser perfectas para ese ser increíble que nos amaba tanto como nosotras lo amábamos. En muchos casos ese primer intento de felicidad quedaba en agua de borrajas. Con el mundo destrozado como nuestro corazón y esa juventud fabricante de sueños volvimos a armar otra historia que en su momento se dio de verdad y llegó el nuevo príncipe azul. Para este príncipe nos hemos preparado el ansiado traje de novia lleno de tules y cintitas en el cual nos envolveríamos enteras como para regalo. Y…sí. Éramos un regalo. ¿Qué tía no le advirtió al susodicho que se estaba llevando una joyita de primera?. Por supuesto ellas como las tías suyas omitían enumerar que ambos teníamos mil defectos. Eso tan sólo se ventilaba a puertas cerradas. Ellas sólo comentaban las virtudes de sus adorables sobrinos. Así llegado el momento llegamos al altar. Nos convertimos en reinas, reinas de nuestro hogar. Nuestro amor, en nuestro rey. Volviendo de la romántica luna de miel, la primer mañana en nuestra casa el cruel sonido del despertador nos llamó por primera vez a la realidad.

Nuestro rey se vio obligado más de una vez a comer un delicioso plato crudo, muy cocido o tal vez super salado con una hermosa sonrisa, como si estuviese saboreando un manjar de dioses. No era cuestión de despreciar el inmenso esfuerzo de esa reina recién coronada.

Poco después se anunciaron los principitos que con tanto amor los recibíamos, luego de meses de piernas hinchadas, cuerpo engrosado, levemente echado para atrás. Verdaderos monstruos que felices lucíamos nuestra deformidad. Pasábamos miles de peripecias sin que nadie nos adviertiese que eso era lo de menos. Una vez solas con ellos cuando papá debía ir a ganar el pan para mantener el hogar, y nuestra mamá a atender su casa , nos dimos cuenta que ese angelito, por más príncipe, no era un muñeco, no… para nada, él lloraba porque quería comer, llegada la hora de las sopitas que les brindábamos con amor, ellos nos devolvían o bien un rotundo rechazo al manjar o bien un estornudo que dejaba nuestra cocina plagada de fideos y puré. Los príncipes bebes, en su inocencia sonreían y nos brindaban felicidad por su actitud. Se habían ensuciado o les dolía la pancita, siempre que nosotras queríamos comer descansar y de tanto en tanto despuntar el vicio de leer tan siquiera un artículo interesante. Se golpeaban, lloraban amargamente y nosotras solas en la lucha mientras el mundo giraba y sin darnos cuenta siquiera pasaban gobiernos subían los precios, no nos alcanzaba el dinero igual que el mes anterior. Se nos creaban complejos de culpa por no ser buenas economistas. Pasado el tiempo los principitos convertidos en niños iban a la escuela, allí algo comentábamos con otras madres y de paso nos enterábamos de algún acontecimiento que sin tiempo de leer el diario, escuchar noticias o conversar con nuestro príncipe devenido en rey no podíamos enterarnos de ninguna manera. Y los principitos crecidos fueron a cursar según sus gustos diferentes estudios. Un día ellos mismos fueron príncipes azules de otras niñas ya mujeres como nosotras. Se fueron a sus hogares. Nos visitan con sus principitos. Nuestra gloria mayor que dejan la casa en condiciones deplorables que luego arreglaremos felices comentando sus hazañas –verdaderas maravillas de ingenio infantil- Hoy nuestro rey y nosotras – ambos jubilados- Tenemos tiempo de discutir acerca de política y leer cuánta cosa se nos ocurra.

Cocinamos con amor para él aunque el calor nos mate con el horno y la hornalla encendidos. Mientras él, nuestro rey al fin, cómodamente tomando fresco en el balcón mientras espera el almuerzo, nos pide: “ ¿ me traerías un vaso de jugo?”. Sí, mi amor, para mí es un gusto, ni el reuma me duele cuando te sirvo el jugo. Vos sos mi rey y a mí se me olvidó en alguna parte la corona que creí tener hace tantos años que no recuerdo ni cómo, ni cuándo ni de que manera la dejé de ver.

Aún así seguimos en nuestro empeño de soñar y soñar y soñar con un mundo mejor aunque esté colmado de humo y tengamos ganas de dispararle al televisor inocente de las barbaridades que dice a través de los periodistas que siguen con su libreto de ilusiones.

María

Mayo de 2008

No hay comentarios: